Todos tenemos en nuestra memoria, especialmente los que peinamos canas hace años, algunos poemas religiosos sobre la Pascua cristiana. De entre todos ellos, guardo especial recuerdo de aquellos que no se quedan en la Pasión y Muerte de Cristo sino que nos muestran a un Jesús vencedor de la muerte y que se ofrece como camino de salvación para todos aquellos que quieran seguirlo.
En primer lugar, cabe destacar el siguiente fragmento de El Cristo de Velázquez, de Miguel de Unamuno:
[...]¡Tráenos el reino de tu Padre, Cristo,
que es el reino de Dios reino del Hombre!
Danos vida, Jesús, que es llamarada
que calienta y alumbra y que al pábulo
en vasija encerrado se sujeta;
vida que es llama, que en el tiempo vive
y en ondas, como el río, se sucede.
Avanzamos, Señor, menesterosos,
las almas en guiñapos harapientos,
cual bálago en las eras -remolino
cuando sopla sobre él la ventolera-,
apiñados por tromba tempestuosa
de arrecidas negruras; ¡haz que brille
tu blancura, jalbegue de la bóveda
de la infinita casa de tu Padre
-hogar de eternidad-, sobre el sendero
de nuestra marcha y esperanza sólida
sobre nosotros mientras haya Dios!
De pie y con los brazos bien abiertos
y extendida la diestra a no secarse,
haznos cruzar la vida pedregosa
-repecho de Calvario- sostenidos
del deber por los clavos, y muramos
de pie, cual Tú, y abiertos bien de brazos,
y como Tú, subamos a la gloria
de pie, para que Dios de pie nos hable
y con los brazos extendidos. ¡Dame,
Señor, que cuando al fin vaya perdido
a salir de esta noche tenebrosa
en que soñando el corazón se acorcha,
me entre en el claro día que no acaba,
fijos mis ojos de tu blanco cuerpo,
Hijo del Hombre, Humanidad completa,
en la increada luz que nunca muere;
mis ojos fijos en tus ojos, Cristo,
mi mirada anegada en Ti, Señor!
O este fragmento del Poema heroico a Cristo resucitado, de Quevedo:
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